A veces los escucho

¿Escuchaste ese ruido? Sí, un ruido. Pero si fue más claro que el agua. Ahí, por el arroyo. Pará, callate un poco y prestá atención. Otra vez… ¡Ahí! ¿Lo escuchaste? ¿Cómo que no lo escuchaste? Un golpe seco… Ahí, te digo. Qué sé yo de dónde viene… De la noche… No, te confundiste con eso, pendejo. ¿Te pensás que soy un maricón? No le tengo miedo a lo oscuridad, eh, no soy un pendejo como vos. Sí, decí lo que quieras, pero sos un pendejo y debiste haber escuchado cada cosa de mí… Te digo más, me gusta la noche: los grillos cantan, las liebres corren de acá para allá... Mirá, seguro que a vos te joden estas cosas y seguro que te asusta acampar en medio de la nada, con todos estos bichos rompiendo las bolas toda la noche. Dale, admitilo, pendejo: sé que te asusta. ¿Un poquito nomás? ¿No ves que sos pendejo?
A mí no me asusta, te digo. Me gusta esta vida. Antes era un bicho de ciudad, pero ahora estoy acostumbrado. Las sombras son sombras y los ruidos, ruidos. ¡Ahí! Otra vez… ¿Cómo? ¿De verdad me decís que no lo escuchaste? No seas boludo, no te quiero asustar… Fue tan claro. ¿De verdad me decís? ¿No escuchaste nada? Es como un tambor, como si te tropezaras con una batería: “pum-pum, paf”. Pará, pará… Escuchá, escuchá… ¿Y eso? Eso le tenés que haber escuchado. ¿Tampoco? Un grito. No sé, un tipo que anda dando vueltas, qué se yo... Ya sé que es de noche, ¿nunca saliste a caminar de noche? Sí, la puta naturaleza, puede ser. Ya sé, pendejo. Pero fue diferente, éste fue diferente. Mirá… la verdad, no te quería decir nada, vas a pensar que estoy loco, a lo mejor ya lo pensás, pero te lo voy a contar igual. No me hago el interesante. Pero no… Callate y escuchame; después decí lo que quieras. Yo te lo voy a contar y vos te vas a callar, así de simple. Pasame el vino. Está bueno el tinto, eh. Tirá un par de troncos más, así dura. Sí, es un poco largo. No soy vueltero, quiero que me des bola. La verdad, pendejo, me importa tres carajos que me creas. Quiero que escuches, nada más. No, nada que ver. Bueno, sí. Un poco sí. Por eso quería venir y contártelo acá; para que veas que soy viejo, pero no loco y tampoco boludo. Tomá un poco de vino, lo vas a necesitar.
Mirá, algunas cosas que cuentan son verdad. Vos sabés que vivo en las afueras del pueblo, ¿no? No les des bola a lo que cuentan por ahí, yo te canto la posta. ¿Para qué te voy a mentir? Me separaré hace como cuatro años y quería alejarme un poco del quilombo y de todo lo que decían por ahí, por eso me vine para el rancho. No, ¿viste que dicen giladas? Tengo dos pibes geniales, uno mejor que el otro. Los veo todos los fines de semana. Sí, pasame el vino. ¿No querés tomar algo más fuerte? En la mochila tengo un güisquicito que pasa como una maravilla… Vos te lo perdés. ¿En qué andaba…? Ah, sí, los pibes. Nada, que son una maravilla. No quiero hablar de los pibes. Trabajo en la estación de servicio del Tito, eso también es verdad. Pero mirá que se dicen muchas boludeces y por ahí andan diciendo que... No, no fumo, gracias. Tampoco veo televisión, ¿viste qué tipo raro? Y sí, prefiero la radio y los libros. No entiendo ni la mitad de las cosas que pasan en la tele. Cuanto tengo un poco de tiempo libre, me leo algún libro o escuchó al boludo de Fernández. Sí, ya sé, pero tampoco puedo vivir sin saber nada, pendejo. También tomo, y de lo lindo. A veces salgo a caminar y me siento justo ahí, al lado del arroyo. Sí, a veces vengo de noche. Vengo solo, ¿no te dije que no tengo miedo…? Es que parecés tarado. Me siento en ese tronco y me tomo lo que venga, un güisqui o unos vinos. Me siento y escucho, pienso, me pongo en pedo... Casi siempre todo está tranquilo, pero a veces los escucho. Sí, pendejo, los escucho. Esos tambores de mierda….
Callate y te cuento: una noche andaba acampando con los pibes por acá. Antes veníamos seguido porque me gustaba que tomaran aire puro y se alejaran de la mierda del pueblo. Todavía estaba casado, sí, pero la vieja no venía ni en pedo. A ella sí la asustaba. La noche, los ruidos, todo eso... ¿En qué iba…? Sí… Pará que tomo un poco, tengo la boca seca. Vinimos con los pibes y acampamos justo por acá. Los chicos se durmieron temprano y yo aproveché y me quedé tomando unos mates, antes tomaba mate yo. Y sí, me quedé disfrutando de la noche, estaba de lindo. Sí, igual que ahora. Mirá, estaba sentado por acá y de repente me vinieron unas ganas de mear que ni te cuento. Caminé hasta el arroyo y descargué sobre el agua. Sí, vacas de mierda, ojalá que alguna se haya tomado mi meada, tantas veces habré tomado la suya. Entonces, mientras hacía lo mío, lo escuché por primera vez. Parecía un tambor, se escuchaba bajito, lejano. Sonó otra vez y otra. Y me pegué un cagazo, qué querés que te diga; del susto me meé los pantalones. Puteé al aire y corté el chorro de seco. Escuché con atención y oí un grito, como si estuviesen cagando a palos a alguien. Mirá, en ese momento ni lo pensé. Me subí la bragueta y fui a buscar la linterna y el chumbo, y me mandé. Llevaba el chumbo por los pibes, no pienses cualquier cosa, pendejo, eh. Los pibes estaban dormidos y no se iban a dar cuenta de nada. Qué se yo, no lo pensé. Callate y escuchá.
Crucé el arroyo y caminé un buen rato. Los tambores sonaban cada vez más cerca y los gritos, también. Estaba cagado, te juro que sí, pero quería saber qué carajo pasaba; además... Pará, pasame el vino… No, no es fácil contártelo, se me pone la piel de gallina. Mirá cómo me tiemblan las manos... ¿En qué iba…? Caminé un buen rato, pasé otro arroyo y llegué a un claro. Entonces lo vi, pendejo, y te juro que cualquiera se hubiese meado encima. Menos mal que ya había descargado, viste, apenas me salieron unas gotitas. Me escondí detrás de un arbusto y miré para el claro: había como cinco tipos, todos vestidos de blanco y con capuchas. Estaban sentados en círculo. Sí, una fogata de la gran puta. Ésta es un poroto comparado con ésa. Y arriba de la fogata, pendejo, arriba… No, no, está bien. Ahora sigo, pero pasame el vino… Dos tipos tocaban un tambor gigante, el resto cantaba algo raro. No sé, nunca escuché nada parecido. Pensé que se trataba de un aquelarre o alguna de esas pelotudeces que hacen algunos, hay cada loco suelto. Pero no, pendejo, esto era peor. Todos parecían locos, cantaban, bailaban, no te lo puedo describir. De repente volvieron los gritos y del susto solté la linterna que se hizo mierda contra una piedra. No sabés el cagazo que me pegué… La que gritaba era una piba que colgaba sobre el fuego. La estaban asando viva, pendejo. Te lo juro. No sé qué carajo escuchaste por el pueblo, qué te dijeron esos viejos chotos... Fue lo peor que vi en mi vida. Encima estaba tan cagado que no me podía mover. Me quedé como un boludo mirando lo que pasaba. Uno de los tipos afilaba un cuchillo y otro le arrojaba unas flores a la piba que no paraba de gritar. Los otros seguían con los tambores y el que quedaba seguía cantando. Así estuvieron un rato y yo meta a mirar en vez de salir corriendo… Entonces el tipo del cuchillo clavó el filo en la pierna de la piba, y la piba gritó como nunca. ¿Qué querés que te diga? En ese momento cerré los ojos y me encomendé a Dios; no quería ver más nada, quería rajar de una buena vez. La piba volvió a gritar y me vino un afloje y caí despatarrado. Sentí el chumbo en la cintura, pero ni lo pensé, pendejo. Me paré y corrí, salí cagando. Sí, te juro que sí. Jamás estuve tan asustado. Del julepe que tenía me caí como cinco veces y todo el tiempo pensaba que uno de los encapuchados me iba a trinchar como a la piba… Qué sensación de mierda, pendejo.
Cuando llegué al campamento, todavía podía escuchar los gritos y los tambores. Los tipos estaban lejos, pero los escuchaba como si los tuviera al lado. Me metí en la carpa con los chicos y me quedé toda la noche despierto con el chumbo en las manos… A la mañana los subí a todos al auto y salimos cagando. Pobres, no entendían nada…
Y… Como hace cinco años, días más, días menos. Nadie me creyó: ni la vieja, ni la cana, ni la concha de su madre, y un buen día me fui a la mierda y me vine para el rancho. A otra cosa. El resto ya lo conocés, pendejo: que el viejo está loco, que el viejo es un borracho… Vos tampoco me creés, se te ve en la cara. No importa, hacé lo que quieras: contá lo que te dijo el viejo loco o no le digas nada a nadie, me importa tres carajos. Ahora no jodas más y andate a dormir. Eso sí, pasame el vino que le doy un último beso, y me llevo el güisqui para el camino. No, no me jodás. Vos metete en la carpa y no salgás para nada; meate encima, pero no salgás. Tampoco apagues el fuego, eh, dejalo así que es mejor. Me traje el chumbo. Mirá qué lindo chumbo... Sí, ¿qué te creés? ¿Qué te pensabas? Se acaba hoy, pendejo. Tomate el vino, ponete bien en pedo y dormí. Si mañana estoy por acá, hablamos; si no, andate y no vuelvas más. Tené el cuchillo a mano, por las dudas, eh... Pero ¿qué hacés? ¡Dejame en paz! ¡Estoy harto de todo y de todos! ¡Sí, de vos también estoy harto, pendejo! Cualquier cosa, decile a los pibes que los quiero y mandá a la mierda a todos los demás. Qué sé yo, unas palabras lindas; yo no sirvo para esas cosas. Eso sí, ninguna mariconeada, eh.
No, callate y metete en la carpa. ¿Todavía no te das cuenta, pendejo? La escucho todo el tiempo… ¡A la piba, boludo! Se me metió en la cabeza y no quiere salir. Por eso me pongo en pedo, para olvidarla, para callarla… Y el problema es que, a veces, cuando estoy bien borracho, también escucho a los otros. Esos tambores y ese canto de mierda...
¡Estoy harto de escucharlos, pendejo! ¡Harto!

© Alejandro Andrade
Buenos Aires, agosto de 2009