“Un paraguas, para mí, es un artefacto fundamental”.
Mary Poppins, Una mirada sobre el paraguas.
Hay una única verdad universal: los paraguas no llegan a viejos. Si cualquier persona, en cualquier parte del mundo, se toma el trabajo de revisar los placares de sus vecinos, se encontrará con algunos paraguas, de los cuales, pocos tendrán más de uno o dos años, en los mejores casos. Esto se da por dos motivos, principalmente: 1) porque la gente no suele guardar los paraguas en los placares; 2) y por que rara vez los paraguas llegan a convivir con uno más de una o dos temporadas de lluvia. Tal cuestión nos lleva a preguntarnos: ¿qué es lo que sucede con los paraguas? ¿Por qué son siempre estos artefactos poco ortodoxos quienes caen en las garras del olvido?
Desde su invención, el paraguas ha sido el instrumento por excelencia para protegerse de las inclemencias meteorológicas; desde el simple acto de reparar a las personas hasta de las más torrenciales tormentas, como para la protección a la exposición solar, resulta uno de las grandes innovaciones tecnológicas del siglo XVIII. Símbolo de fortuna por aquellos tiempos, las damas de la alta sociedad se paseaban por los distintos eventos sociales con un paraguas en sus manos; así se encuentra retratado en grandes cuadros de la época. Hoy, en cambio, el paraguas se ha venido a menos: basta con que caigan un par de gotas, para que los buscavidas que venden encendedores en la esquina se pongan a vender paraguas a 5 pesos cada uno. Tal efecto de descremación, como le gusta llamarlo el marketing, se vio favorecido por la producción en masa del artefacto en cuestión durante la segunda mitad del siglo XX.
Hoy, el paraguas ya no es lo que era antes. Hoy, el paraguas no es un símbolo de opulencia, algo reservado sólo para las clases altas. Hoy, el paraguas es un elemento más, un artefacto cotidiano, algo que se haya, tranquilamente, en cualquiera de los hogares argentinos, aunque no por mucho tiempo, claro. Hoy, el paraguas es un elemento olvidable.
Las encuestas revelan que un 80% de la población ha comprado al menos un paraguas en lo que va del año. Y si bien estas cifras favorecen a la industria paragüera, también revelan lo que sucede con tales artefactos: luego de dos o tres usos, son olvidados. El colectivo, la Facultad, la casa de ese amigo que no ves casi nunca, todos estos lugares son recurrentes a la hora de olvidarse un paraguas. Pero, ¿por qué?
No es fácil responder a tal pregunta. Muchas de las mentes más brillantes han abordado el tema. Michel Goucurt, célebre investigador francés de la historia del paraguas, luego de un estudio de campo de más de cinco años, dice en su libro La vérité sur le parapluie (“La verdad sobre el paraguas”), de próxima aparición en la Argentina, lo siguiente: “un 70% de la población francesa ha perdido más de un paraguas en su vida. De este porcentaje, más de la mitad son mujeres. La respuesta común ante la pregunta del porqué de tal olvido es: ‘los paraguas siempre están mojados y las carteras son demasiado chicas para guardarlos. Una los cuelga y se olvida’; la población masculina, en cambio, opina lo siguiente: ‘ya es bastante molesto que llueva para cargar con semejante artefacto todo el día. Cuando para de llover, uno lo cierra y a otra cosa’.”. Goucurt concluye que el paraguas ha pasado de moda, que las damas ya no son damas y que los caballeros ya no son caballeros. El paraguas es inservible si no llueve y, por lo tanto, olvidable.
Aunque Goucurt realizó su investigación sobre la sociedad francesa, tales conceptos pueden aplicarse a nuestra sociedad. Utilizando el Método Goucurt, la Universidad de San Telmo ha develado que, de ese 80% de los habitantes que han comprado un paraguas el último año, un 75% corresponde a personas del sexo femenino. Cuando se indaga en la razón del porqué de la pérdida, la respuesta estándar de las mujeres es: “Una viaja en colectivo, en tren, en subte. Estás apretada, con calor, todo el mundo huele a humedad, el piso está mojado, todos están mojados… Es lógico, entonces, que ante tal estado, una apoye el paraguas en cualquier parte. Cuando llegás a la parada, huís sin darte cuenta de nada”; los hombres, en cambio, responden concretamente: “Y sí, hincha un poco el paraguas. Yo lo llevo por la vieja y nada más; es lógico que lo olvide”. Tal estudio nos lleva a concluir que el paraguas es un complemento de los días de lluvia, un artefacto tedioso que hay que cargar porque llueve y después hay que cargar porque ya no llueve; y justamente, este último factor, “que ya no llueve”, además de otros factores, como el costo económico de los paraguas, es el elemento fundamental en el tema que nos atañe: ya no llueve y por eso me lo olvido.
Lejos de aquellas falsas afirmaciones que indican que la industria paragüera firmó un acuerdo con las empresas de suministro de agua, las cuales supuestamente incluirían drogas en la red de agua potable que facilitarían el olvido de los paraguas, y algunas otras hipótesis por el estilo, formuladas por charlatanes de poca monta, la verdad es simple y apabullante: el paraguas ya no es lo que era antes; la sociedad ya no es lo que era antes. Todos los paraguas, cruel destino, están sentenciados a ser olvidados, a perderse en el transporte público o tras aquella aburrida fiesta en lo de un “amigo”.
© Alejandro Andrade
Buenos Aires,
noviembre de 2009