De repente tuviste una horrible visión: Mabel había sufrido un accidente. Estabas en la cocina preparándote el desayuno cuando las imágenes te atraparon. Viste el charco de sangre, la campera rosa manchada, los escombros que se esparcían por toda la vereda, los curiosos que comenzaban a acercarse, formando un semicírculo que no te dejaba ver con claridad… Entonces corriste hacia tu hermana y cuando llegaste a su lado, en un abrir y cerrar de ojos, volviste a la cocina. La mañana seguía su curso como si nada hubiese pasado.
-Dios mío, ¿qué carajo fue eso?
-Bueno, hay tres respuestas posibles –respondió aquella otra voz que convive con nosotros y nos habla por lo bajo- te quedaste dormida por un instante, alucinaste o tuviste una premonición.
-Claro, fue una alucinación –dijiste rápidamente, por las dudas de que a la voz se le ocurriera otra posibilidad.
Además no había otra respuesta, ¿cierto? No, por supuesto que no. Pero dudabas, y aquel sentimiento que te decía que algo terrible le había pasado a Mabel, se hacía más fuerte con el correr de los minutos. Sabías que era posible tener premoniciones, conocías miles de casos. Solías leerlos en aquellas revistas que tanto te gustaba leer, y luego conversabas con tus amigas sobre los interrogantes del universo. Sin embargo no se trataba de una historia leída en una revista de dudosa reputación, lo habías vivido en carne propia ¡en medio de tu cocina! Y las dudas… aquella poderosa fuerza lentamente te iba quebrando.
-¿Y si Mabel está tirada en el suelo, envuelta en su propia sangre, dando los últimos respiros de su vida y vos estás acá sin hacer nada? –preguntó la voz con cierta maldad.
La pregunta terminó por romper tu débil seguridad. Corriste hacia el teléfono con lágrimas nerviosas colgando de los ojos.
Un timbre, dos timbres, los nervios te hacían temblar.
-Atendé Mabel, atendé de una buena vez.
Tres timbres, cuatro, comenzaste a llorar a lágrima suelta, luego un quinto timbre, un sexto, y cuando te disponías a colgar escuchaste que alguien levantaba el tuvo del otro lado.
-Hola
-Hola, ¿Mabel? –no te diste cuenta de que gritabas.
-María, ¿sos vos? ¿Pasó algo?
-No, no… -respondiste y era verdad, no había pasado nada- es que, Mabel, yo pensé… creí que… -y entonces estallaste. Caíste al suelo desconsolada y pasaron varios minutos antes de calmarte y poder explicarle lo que te había pasado.
-Bueno, hermanita, ya ves que estoy bien. Dejá de llorar, ¿sí?
-Sí, sí… es que me siento tan tonta.
-Tenés que dejar de leer esas revistas de mierda, te lavan el cerebro... ¿querés que vaya para allá y te haga compañía por un rato?
-No -respondiste, no podrías verla sin llorar.
-Bueno, cualquier cosa llamame y no te preocupes, seguro que fue un golpe de calor.
-Sí, seguramente. Cuídate Mabel, te quiero -y colgaste el auricular sin esperar respuesta.
Dejaste el teléfono sobre la mesa y lloraste un par de minutos más. Mabel estaba bien, no había nada de qué preocuparse, sin embargo todavía sentías una extraña sensación, mezcla de tristeza y fatalidad. Para relajarte seguiste haciendo el desayuno, aunque habías perdido el apetito. Todavía podías ver con claridad la sangre, la campera manchada, los escombros que… Llenaste un tazón con café y lo tomaste de un sorbo. Te serviste otro y volviste a tomarlo rápidamente. Al tercero ya estabas mucho más tranquila.
-Qué estúpida que soy, ponerme así de histérica por nada.
Quizás fuera el café, pero la voz estuvo de acuerdo.
Contenta, decidiste tomarte una ducha.
Ni bien cortó el teléfono, Mabel salió a la calle a comprar el diario; como hacía frío se puso su campera rosa. Cuando cerró la puerta, el balcón del primer piso se le vino encima.
La sangre formó un charco su alrededor, manchando su campera.
Los escombros se esparcieron a lo largo de la vereda…
© Alejandro Andrade
Buenos Aires, mayo de 2005
(Versión final: septiembre de 2007)