1. Ocaso
La lluvia caía incansablemente desde el tercer nivel y complicaba aún más el camino. Pero no importaba, ya nada importaba. Estábamos en la mitad del edificio y apenas seis niveles nos separaban de la cima. Lo único que podíamos hacer era seguir adelante y tratar de olvidar todo lo que habíamos pasado durante los últimos días.
Xiuna, que colgaba un par de metros más arriba, de repente me gritó; como no pude escucharla, me detuve y esperé sus instrucciones. Descansaríamos allí, decidió, en la mitad del sexto nivel; la sexta escotilla estaba a la vista. Hacia ella nos deslizamos, cada paso calculado millones de veces, y nos aferramos a su oscuro y frío metal con alivio. Abrir las escotillas era difícil y peligroso: eran cada vez más pesadas, y nuestro cansancio corporal dificultaba todo un poco más. Aun así, teníamos que abrirla, necesitábamos descansar un poco. Y luego de varios minutos de esfuerzos en vano, logramos que cediera.
El mundo del otro lado nos recibió con los brazos abiertos.
Despierto todos los días y lo primero que hago es pensar en ella. Aún hoy, aquí, pasadas las estaciones junto con los años, en este lugar donde me encuentro (ajeno al tiempo y a mis ciudades), la extraño demasiado y me pregunto qué será de su vida. Xiuna era una persona especial. Sin su ayuda no hubiera podido llegar hasta aquí, ni desarrollarme de la manera en que lo hice. Su fortaleza interior, su carácter, su cuerpo, su destreza… toda su persona era superior a la mía.
Recuerdo aquellas lágrimas que danzaban por su rostro, y el recuerdo todavía me hiere por las mañanas (aquel rostro que me miraba con ojos opacos, el mismo que deseo ver en sueños, aunque sé que al despertar lloraré desconsolado). Aún las siento, como si fueran lágrimas propias; todavía hay algunas heridas que el tiempo no ha sanado. Qué habrá sido de ti, Xiuna… ¿Dónde pasarás tus días y tus noches? ¿Qué mundo y qué personas cuidarán de tu existencia? Van pasando los días y me doy cuenta de que voy olvidándote. Me aterra pensar en esto, en que cualquier día despertaré y no sabré quién es esa persona cuyas lágrimas hacen que me entristezca. Y por más que lo niego, sé que te olvidaré de la misma manera en que he olvidado tantas otras cosas de mi pasado, de mi otra vida.
He tenido dos vidas, muy distintas la una a la otra. Una que he vivido por completo en la Ciudad Brillante, y ésta que me sostengo a vivir día a día. Y así como sé que he vivido dos vidas, también sé que casi no tengo recuerdos de aquella “otra vida”. Ya no quedan imágenes de días oscuros, ni tampoco de días claros. Las primaveras, los veranos, los diciembres… todo se esfumó en el tiempo. No sé quién era antes de cruzar la primera escotilla, qué persona se despertaba en esa extraña ciudad y aparentaba vivir. Tampoco recuerdo a mi madre, sus palabras y consejos (digo yo, ¿me habrá dado consejos?), ni a los amigos del barrio, a los vecinos, a los compañeros de trabajo… ¿Estuvo alguien a mi lado? No estoy seguro. Observo la ciudad por la ventana y trato de recordar, mas apenas me quedan sensaciones e ideas de otros tiempos. Veo rostros oscuros de seres que divagan por un mundo de imágenes borrosas. A veces, cuando las noches se tornan más noche, o cuando el día se tiñe de gris, distintas imágenes vuelven a mi mente y apenas soy capaz de reconocerlas. ¿Cómo puede ser que esto haya pasado? ¿Para qué se vive toda una vida entonces si a uno no le queda nada al final? Tristemente, desconozco la respuesta a estas preguntas de la misma manera en que desconozco aquel pasado.
De la otra vida que he tenido, ésta que vivo hoy, recuerdo casi todo (¿por qué será así? ¿Qué valen estos recuerdos que tengo?). Esta vida fue siempre triste y apenas si he tenido tiempo de disfrutarla hasta que llegué aquí, a este paraíso en las alturas. Pero antes de eso, mucho antes de haber conocido el destino de Xiuna y el mío, en la Ciudad Oscura, todos los días se sumergían en una rutina desesperada: escalar, escapar hacia arriba, seguir… Nunca tuve espacios donde reír, gritar o jugar. Jamás besé a alguien, ni tampoco lloré en los hombros de una mujer durante una noche de tormenta. Jamás compartí los momentos con nadie más que ella (por eso, quizá, es que la extraño tanto). La ciudad se alzaba ante nuestros cuerpos y apenas nos dábamos cuenta de cuán vacía que estaba. Noche perpetua, ciudad infinita. Un manto oscuro que se expandía sin límites, donde todo se había perdido… Lo único que quedaba era la ciudad, aquellos sucios edificios, cuales templos sagrados o guías divinos de ese mundo, donde las distancias se habían acortado y el cielo se mezclaba con el infierno, creando imágenes desoladoras.
Ni bien pasábamos cada nivel, la tierra se iba alejando y nos acercábamos a lo que creíamos que era nuestro destino. Trepando por las paredes de aquel oscuro edificio, íbamos en busca del paraíso, de las respuestas. Supongo que por esa razón cruzamos la escotilla hacia la Ciudad Oscura y al ver que allí todo seguía siendo efímero, comenzamos a trepar. Para escapar de nosotros mismos, de la soledad. Para dejar de ser invisibles y pasar desapercibidos entre los mares matutinos y cotidianos. Para no sentenciar nuestra suerte en tierras absurdas, que jamás debieron siquiera existir; o tal vez fue el miedo a despertar en cualquier momento y darse cuenta de que todo lo que habíamos vivido había sido un sueño y que ella y yo nunca existimos fuera de aquella ciudad. Ya no lo sé.
Trepar es una tarea agotadora, se necesita perfecto equilibrio, fuerza y voluntad, y para llegar hasta el último nivel los sentidos tienen que estar alerta todo el tiempo. Esto hace a la travesía, por demás, extenuante; es sabido que es duro el trayecto y se alarga miles de horas cuando lo ansiado espera a lo lejos. ¿Qué habría en la cima?, solíamos preguntarnos. No lo sabíamos; seguramente, algo distinto a lo que había abajo. Un lugar donde poder vivir y soñar; donde existieran las luces, los colores y la música… Los extremos, por lo general, tienden a duplicarse, a definirse como reflejos. Sin embargo, allí están las diferencias: los polos y las descargas eléctricas son iguales, las puntas se repelen y jamás llegan a unirse por completo; mas el resultado final de las vidas cotidianas y los placeres que llegan de cada uno de esos finales, son los que se diferencian. Es entonces cuando sientes que estás en otro lado, sin saber que sigues allí, en el mismo lugar donde empezaste. Lo que es distinto, en realidad, es uno mismo. La forma en que se siente y se vive en aquellos lugares.
El sol brillaba cálido sobre el cielo; pasaron unos minutos antes de que los ojos se acostumbraran a toda esa luz. Tanto tiempo habíamos pasado sumergidos en la oscuridad…
Por el ventanal se observaba la inmensa ciudad, que se extendía en forma de línea semicircular hacia el horizonte. Estábamos alto, apenas podíamos divisar lo que sucedía abajo. Era mejor así. “La tranquilidad y la confianza son esenciales para escalar los niveles”, según recuerdo, una de las pocas instrucciones que dio Xiuna en voz alta.
El departamento era cómodo y acogedor. Tenía todas las comodidades que pudiéramos pedir y más. Sabíamos que era una tentación al alma, una ilusión óptica de una dimensión tan irreal como la otra. Sin embargo, podíamos usarlo para descansar unas horas antes de volver a trepar. Habíamos pasado los últimos tres días y medio colgados de las cornisas del edificio y necesitábamos descansar unos minutos, unas horas... antes de seguir nuestro camino. Tampoco era que quisiéramos estar allí: las pocas veces que retornamos a la Ciudad Brillante, lo hicimos únicamente porque era necesario. No queríamos volver a vivir lo que habíamos vivido allí, ni mucho menos. Pasar demasiado tiempo en aquella ciudad era un gran riesgo a correr; un desafío hacia a la voluntad y la moral, que sabíamos y aceptábamos. Además, era peligroso para nuestra búsqueda: la tormenta inundaba rápidamente los niveles de la Ciudad Oscura y quedarse mucho tiempo allí significaba abandonar nuestro viaje y volver al mundo que habíamos rechazado y traicionado, o bien morir ahogados en las lágrimas de dioses olvidados. Ninguna de las dos opciones nos atraía, aunque si se hubiese presentado la situación, creo que habríamos preferido la muerte a vivir sabiendo la verdad sobre aquella Ciudad Brillante, a la cual habíamos retornado de momento.
–¿Cuánto tiempo estaremos esta vez? –le pregunté a Xiuna, esperando una orden, unas palabras que me dieran las pautas necesarias para poder continuar.
–No lo sé. Deberíamos dormir un poco y quizá comer algo. Con unas tres horas será más que suficiente.
Xiuna mantenía aquella calma constante. Me pregunto si alguna vez rió, si lloró en los brazos de alguien, si tuvo la oportunidad de amar. Parece improbable.
– Al menos podremos ver el atardecer... –le dije al mismo tiempo que observaba el sol con ojos añorantes–. Qué bien se siente aquí... Sabes, podríamos abandonar todo y quedarnos de este lado.
–¿Realmente quieres hacer eso? –respondió Xiuna, sin cambiar el tono de voz, sin siquiera molestarse en mirarme (a veces esa actitud me hacía daño, sentía que era inferior a ella, que no merecía sus miradas). Dijera lo que le dijera, nunca cambiaba sus expresiones y trataba de mantenerse lo más lejos posible de mí. Nunca una sonrisa, una mirada que me hiciera entender qué sentía, unas palabras que salieran de su alma.
– No... Creo que no –respondí luego de un tiempo.
Era cierto. Ya nada teníamos que hacer allí. Hacía mucho que habíamos dejado aquella ciudad y la vida se había tornado demasiado falsa. Parece ser que una vez que uno se ha acostumbrado a saber la verdad sobre uno mismo, rara vez acepta que se le vuelva a mentir.
Al caer la noche, las luces comenzaron a encenderse tímidamente. Ciudad Brillante, sabana intermitente entre densa e infinita oscuridad.
Nos encontrábamos sentados sobre la baranda del balcón. La altura nos parecía agradable y estábamos acostumbrados a los espacios pequeños y colgantes. Observaba las luces y escuchaba con atención los ruidos que llegaban desde la adormecida ciudad.
De repente, surgió una duda…
–Xiuna ¿recuerdas algo de la vida de antes?
Sus ojos se clavaron en los míos. Fue tan solo un instante, pero en ese momento creí ver una tristeza indescriptible.
–No –me dijo, y volvió a posar la vista en la ciudad.
–Yo aún recuerdo algunas cosas. Sensaciones, personas… Todo es tan confuso. No siempre fue así, ¿verdad? Antes sabíamos de todas esas cosas, ¿no?
Xiuna tardó un rato en responder, a tal punto que creí que no me había escuchado. Cuando estaba a punto de repetir mi pregunta, escuché que decía:
–Supongo que sí… ¿A qué viene todo esto?
–No lo sé, nostalgia tal vez. ¿Recuerdas cómo llegaste a la Ciudad Oscura?
Xiuna vaciló.
–No, ni me interesa. Sólo sé que si no conseguimos llegar a la cima, ya no importará preguntarse nada...
¿Sería cierto que pensaba así o simplemente pretendía ser fuerte? Aún hoy lo dudo.
–¿Cómo puedes ser tan insensible? ¿Cómo pudimos haber olvidado tan rápido quiénes éramos antes de llegar a la Ciudad Oscura? –tomé aliento y le hice la pregunta que ansiaba preguntar –. Xiuna... ¿Estamos realmente vivos?
No me respondió, supongo que también ella se lo preguntaba.
–A veces pienso que no, que desde que crucé la primera escotilla estoy muerto. Otras veces creo que nunca estuve más vivo hasta este momento... – miré un segundo a la ciudad y seguí hablando –. Antes al menos podía decir con certeza que vivía una vida, que estaba vivo, ahora...
Me interrumpí, repentinamente me sentí triste y desesperado. Me escondí en mis brazos. La desesperación me atrapaba y me llenaba de dudas. Ya no estaba seguro de querer seguir. El viaje se volvía más difícil a cada paso y estaba cansado de trepar. Supongo que cuando las cosas se tornan complicadas uno necesita una razón para seguir adelante, razón que no tenía.
–¿Por qué debemos llegar hasta el último nivel?
Xiuna pensó un largo rato. Su cuerpo permaneció inmóvil y en silencio por extensos minutos, que parecieron horas enteras de silencio, y luego, manteniendo la mirada en la ciudad, escuché que dijo:
–¿Ves las luces, los colores?¿Escuchas todos esos ruidos? Ah, las emociones mismas, los olores, las montañas, el sol, la música… Todo esto debe existir en otro lado también. No puedo imaginarme que fuera de otra forma... –tornó su rostro y su mirada volvió a encontrar la mía–. Me niego a creer en un mundo que carezca de emociones. Tú lo has visto, has vivido allí... Ninguna de estas cosas pueden existir en la Ciudad Oscura, pero sé que en algún sitio deben estar guardadas. Y no hay otro lugar adonde ir, salvo arriba. Así que allí deben estar, eso es lo que creo. Si no fuera así, no estaría escalando este edificio contigo.
Fue hasta ese entonces que me di cuenta de que estaba tan asustada como yo. Que sufría las mismas cosas que yo sufría, aunque no lo demostrara nunca. Mis recuerdos, mis emociones, todas esos sentimientos que retenía, eran mis puntos débiles. Eran el problema de mi falta de carácter y de voluntad. Por eso Xiuna era como era, tan fuerte, tan segura de sí misma, porque había logrado olvidar que estaba viva. Si quería llegar hasta la cima, debía borrar todos los recuerdos de mi mente.
Éramos dos personas al borde del abismo.
Cuando cruzamos la escotilla nuevamente, esta vez hacia la Ciudad Oscura, me había olvidado por el momento de las dudas y los miedos. Concentraba mi cuerpo y mis energías en seguir trepando. Sin embargo, le regalé una última mirada a la otra ciudad antes de seguir (aquella que ninguno de los dos volvería a ver).
–Ya es tarde –le dije a la nada.
Quedaban todavía seis niveles más.
Los espejos reflejan falsamente, al menos eso he aprendido en estas vidas. No hay dos caras iguales, todo se basa en uno y en sus distintos. De un lado de la escotilla, vivía seguro y olvidado en un mundo aparte; del otro lado, escapaba sin razón alguna más que escapar, sabiendo que había vivido en una ciudad ajena y muerta; sabiendo que si no llegaba hasta el último nivel, moriría una vez más.
Las ciudades. Dos ciudades. Una era negra, oscura, vacía; la otra era brillante, viva, radiante… ¿Cuál era la verdadera?
Las respuestas estaban arriba.
Los espejos reflejan falsamente...
FIN DE LA PRIMERA PARTE