Juegos en cajas

Es un juego de números, de formas, de palabras que se escapan de mi mente e intento retenerlas, pero no puedo hacerlo... Es simplemente un juego, un juego como cualquier otro juego. Observo detenidamente: a simple vista, es imposible de resolver. Me concentro lo más que puedo y sigo sin entender qué debo hacer para terminarlo y poder descansar victorioso. Cambio las piezas de lugar una y otra vez; se van formando figuras abstractas que modifico a placer. Juego entonces con estas formas: un unicornio celeste, una quimera, tres cabezas de leones que parecen una; un barco que se hunde en llamas; un héroe montado sobre su águila imperial retorna sano y salvo de la batalla. (Todas estas extrañas figuras parecen por un segundo cobrar vida).
Miro al juego desde arriba, desde el costado, lo vuelvo a mirar desde arriba; medito sobre sus bordes, sobre su tablero que se extiende sin fin a lo largo y ancho de la mesa… Y no encuentro ninguna pista. Me siento atrapado, nada de lo que observo parece tener sentido.
Voy hasta la cocina y busco un vaso con agua, tomo hasta la última gota. Me calmo un poco y estoy más lúcido. Pienso entonces, sin darme descanso, en cómo vencer al juego que se ríe a carcajadas y se muestra imposible de solucionar. Intento hallar la respuesta.
Camino hasta el baño y me lavo la cara. Me afeito y vuelvo a lavarme la cara. En ningún momento dejé de pensar en el juego, y sin embargo sigo sin hallar la solución.
Vuelvo al comedor (un poco molesto) y observo nuevamente la mesa. Coloco las manos alrededor del juego (como haciendo un llamado a la paciencia) y me concentro todo lo que puedo. Unos minutos más tarde (todavía sin la respuesta en mi cabeza), leo las instrucciones una vez más. Al terminar, vuelvo a leerlas. Conozco cada palabra de aquellas y también su significado, pero en ese orden preciso no tienen coherencia.
Observo la caja, que parece burlase de mí, y siento que voy poniéndome cada vez más y más frenético. Me tiemblan las manos y hay en mi boca un sabor amargo. Entonces dejo mi mente libre y desaparezco por un instante, quedando apenas la corteza de un hombre atorado en un juego que jamás será resuelto, y me doy cuenta de que estoy perdiendo el tiempo.
Miro la mesa nuevamente (ahora furioso, completamente fuera de mí) y, preso de la furia que forma niebla alrededor de mis ojos, desparramo todos los fósforos. Varios caen al suelo, pero la mayoría sigue sobre la mesa.
Tomo un fósforo del suelo y enciendo un cigarrillo. El humo gris oscuro me tranquiliza un poco y comienzo a olvidarme del juego...
Fumo el cigarrillo y me voy a dormir.

(Nota del Autor: hay una marca de fósforos que viene con juegos en el dorso de las cajas; los mismos están pensados para hacerlos con los fósforos. Estos juegos rara vez tienen soluciones lógicas, ni mucho menos instrucciones coherentes.)

© Alejandro Andrade
Buenos Aires, junio de 2001
(Versión final: marzo de 2008)