Sobre ella y sobre él

...sucedía que caminaban por la calle Montevideo, tomados de la mano. Él que era poco demostrativo y odiaba pegarse a ella, que apenas la miraba cuando otros los miraban. En cambio, ella era muy afectiva y gustaba de recorrer con su piel el cuerpo de él, sin importarle las miradas o los lugares. Tan dispares y parejos eran, que a la mirada de los amigos apenas si parecían amigos.
- Caminan tomados de la mano, eso sí.
¿Pero quién podía saber nada sobre ellos? Ni un científico, mucho menos un mago…
Juntos se alejaban de la casa; en completo silencio.
- Las palabras suelen despertar temores - decía su padre – y a veces es mejor hablar con pensamientos.
Y eso hacían: ella pensaba que nadie podía con él, saber la verdad sobre él; él pensaba que todo lo podía ella, que nada podía pasarle, que todo estaba a su alcance; ella veía en sus ojos una tristeza sin igual que la emocionaba; él admiraba la calidez que desataba su mirada; ella vivía de su sonrisa; él se moría por sus labios; ella que sostenía que todo tiene su final; él que creía que todo pronto terminaría…
Y resultó que, cuando pasaban frente a un alto edificio, todavía tomados de la mano, se encontraron con él y tuvo a lugar una extraña conversación.
Él le contó aquello que había averiguado y luego le recomendó que pensara darle un giro a su relación con ella…
- Que no fue al restaurante aquel día, que aquella noche salió temprano…
…en fin, que ella ya no vivía pensando en él y –por qué no- que se buscara otra.
– Terminá la relación y empezá una nueva, ¿para qué seguir con ella?
Pero él dudaba.
- ¿Cómo estar seguro? ¿Cómo saber qué persona es la persona? Pero no seas delirante, que no soy un momento de palabras. Soy un ser humano, tal vez, o un buscador de oro, o un soñador que canta al ver llover...
Él la defendía, él lo incitaba a la nueva vida y ella, bueno… ella se mantenía alejada. Los miraba de reojo y se reía por lo bajo, apenas escuchaba la conversación. Trataba de pasar desapercibida. Porque, saben, ella lo engañaba con él, aunque ellos no lo sabían. ¿Cómo saberlo? Si apenas se conocían.
- ¡Claro que no! Además casi seguro que él estuvo con ella – pensó - Ésa mujer que busca gente como él para ser uno, para morder y sentir el placer de sorber la sangre tibia y seca...
No, por supuesto que no…
- ¿Qué pueden saber ellos?
Así que los miraba, alejada, ajena a la conversación.
Pero entonces sucedió que él se fue convenciendo de la verdad. La miró silenciosamente, vio algo en sus ojos y luego asintió. Ahora sabía que era cierto: ella se acostaba con él. (Difícil de entender el drama de esta situación, para ello les doy esta aclaración: ella se veía con él desde hacía varios meses, sin que supiera que él había hablado con él para que la siguiera).
- Las sospechas nunca sobran.
Eso mismo le dijo el día que lo conoció y vaya que tenía razón. ¿De qué otro modo enterarse de que ella lo veía a él?
- Ninguno señor, ninguno y bien hecho.
Al reconocer la verdad en sus ojos, apenas si reaccionó. Una mueca, escupió al suelo, y luego habló con ella. Cuando ella escuchó sus palabras, no contuvo la respiración. Por que sepan ahora, que ella también había hablado con él para saber si él la veía a ella y, en efecto, así era.
- ¡Qué odio! ¡Y qué salvedad también! Saber que puedo actuar sin culpa y sin ser cruel.
Ella lo miró y él le devolvió la mirada. Se estudiaron por un rato, mirándose atentamente, y luego apareció la sonrisa. Buscó más profundo y apareció la mirada; siguió buscando y apareció la razón… y allí estaban sus labios y también sus caricias, sus lamentos, sus temor, sus… ¡ah! Así fue que encontraron la verdad. Él tomó su mano y ella tomó la suya, y así, tomados de la mano, todo volvió a su lugar. Su mirada seguía siendo triste pero sólo por afuera; la suya descargaba ráfagas cálidas que recorrían sus ojos; él pensaba que ella sería su fuerza; ella que apostaba a que el fuerte sería él.
Entonces lo miró con firmeza y le habló tranquilo y pausado. Él lo escuchó con atención.
- Cállate - dijo -, ¿qué importa si lo vio a él, si yo la vi a ella? Ahora podemos ser felices y, sabes, creo que hasta nos queremos ¿Importa el tiempo que pasamos perdidos en amargos jardines, en aguas cristalinas que quemaron la sangre y nos hicieron volver a casa enteros y más amantes?
Y es que tras la mirada, la sonrisa y la mano, no importaba quién era él y quién era ella. Ahora ella era todo para él y él era todo para ella. Tampoco importaba el resto del mundo si aún tenían sus manos y sus miradas y sus sonrisas y sus labios y sus... No, ¿por qué terminar aquello? Mejor dejar la marcha tranquila y enfilar hacia la avenida y luego al cine, que se hace tarde.
Él lo miró incrédulo…
- Debe ser la sorpresa.
…se dijo. No entendía cómo podían seguir juntos luego de lo que le había dicho.
Sucedía que él pasaba por donde vivía él, mientras él paseaba tomado de la mando de ella, y cuando él le habló para contarle lo que sabía, y de ser esto cierto, que ella era ella y él era el que buscaba él, bueno, pensó entonces…
- Tendría que haber encontrado otra forma para hacérselo saber... no de esta manera, tan efusiva, tan lastimosa. Todavía no lo pensaron; dejemos que disfruten mientras de sus manos.
Asunto terminado, los saludó y siguió su camino.
Ellos se miraron. Ambos lo sabían.
Labios, sonrisa, mirada, manos y…
- Te quiero.
Dijo…
- ¿Pero acaso yo te quiero? – Pensó - Sí, Dios guarde este momento…
- Te quiero.
Respondió.
Se besaron (¿quién pudiera saber nada sobre ellos?). Ella le sonrió, él le dedicó una mirada, y luego apuraron el paso.
Ella se aferró a la mano de él; él subió al taxi y se fue a trabajar; ella se iba a su casa llorando; él despertaba pensando en ella; ella paseaba al perro; él tocaba el timbre y luego ella abría la puerta; ellos vivían; ellos se amaban...

© Alejandro Andrade
Buenos Aires, noviembre del 2002.
(Versión definitiva: septiembre 2007).