A Julio Cortázar…
Comprendo el tiempo y los fines del mismo; y supongo que el resto del mundo lo comprende por igual de algún modo. Pero a riesgo de sonar pedante, y crean que importa correr este riesgo siempre y cuando uno sepa de ante mano que en realidad es pedante, digo que nadie comprende mejor que yo el complejo sistema del número y vida del tiempo. Sin ir más lejos y dejando de lado la camaradería, empezaré a esbozar el boceto de dicho mecanismo para incursionarlos en este interesante tema, pero déjenme aclararles antes que si explicara al pie de la letra, sin inventar palabra alguna y ateniéndome a los diversos manuales suizos, estarían horas escuchando y yo horas hablando. Ninguna de las dos cosas nos agradan y las mentas ayudan pero no para tanto.
El fin de los relojes es dar la hora. Comprendan que solamente pensando que, en efecto, los relojes no sirven ni remotamente para nada más que para dar la hora, y solo así, podrán entonces entender el correcto uso del mismo. Aunque se tiene conocimiento sobre otros usos domésticos en los cuales el reloj se ve implicado, no viene al caso nombrarlos, y ya aclarado este punto, podemos dar comienzo a este breve pero intensivo curso.
Para apreciar correctamente un reloj, no hace falta más que sentarse en la cama y observar los dos pares de números rojos (nota: el color de los números puede variar de acuerdo al reloj: los hay en negro, en verde y en toda una gama de asquerosos colores). Los primeros, los más lentos, son las horas: pueden presentarse en números solitarios o de a pares, y generalmente se observa que estos van del cero al veintitrés o del uno al doce y luego del uno al doce (curiosas dos formas de representar el tiempo que no hace falta explicar aquí). Aquellos quisquillosos más rápidos que los anteriores son los minutos. También pueden presentarse solitarios o de pares, y sólo llegan hasta la cifra sesenta, no le den más vueltas al asunto. Ahora, en el caso de tener un reloj más preciso que el mío, también encontrarán un par de números llamados, erróneamente, segundos. Son aún más rápidos que los antes citados y de características similares a los minutos (en cuanto a conteo sesentiano). Aclarado y comprendido este punto, el resto es sencillo. No hace falta más que juntar dichos números: primero el primero, segundo el segundo y, repito en caso de contar con el tercer grupo, tercero el tercero, y luego leerlos de izquierda a derecha para dar con la hora solicitada. Ahora bien, si se diera el caso de que en vez de leerlos de izquierda a derecha lo leen de derecha a izquierda, el resultado tal vez fuera interesante pero no serviría para saber a qué hora deben levantarse ni a qué hora llegar.
Si han seguido estos pasos y han comprendido el significado de todo lo antes explicado, ahora estarán más que listos para la vida actual. Compren un diario, lean atentamente la sección de clasificados antes de acostarse y luego corran hacia el cuarto para cerciorarse del uso del reloj y aplicar lo aprendido.
© Alejandro Andrade
Buenos Aires, agosto de 2001
Publicado en Ciudades y otras historias, Dunken, 2006.