Escudo mágico

A los ocho años tuvo apendicitis; tenía el apéndice tan inflamado que se moría de dolor. Se acostó en su cama y esperó a que su padre llegara del trabajo, intentando calmar el ardor que sentía en el vientre a fuerza de voluntad. Se compenetró todo lo que pudo. Tanto esfuerzo hizo, que logró encerrar todo el dolor que sentía dentro de un escudo mágico que guardó rápidamente en el placard; de inmediato sintió el alivio. Sonrío pesadamente, ya tranquilo. Suponía que mientras la puerta del placard estuviese cerrada su dolor quedaría guardado. De esa forma podía enfrentar la situación con el mejor temple y esperar tranquilo el viaje al hospital.
La operación se hizo a tiempo y no hubo ningún tipo de complicación posterior.
Él nunca dudó de que todo fuera gracias al escudo mágico que había creado.

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Pasó el tiempo y siguió utilizando el escudo mágico. Venían los exámenes finales y él cerraba la puerta; el trabajo se hacía más pesado y el placard con la puerta cerrada; el casamiento, el primer hijo, el dinero que comenzó a faltar... Durante todo ese tiempo, la puerta permaneció cerrada y él estaba tranquilo. Sabía que nada podría afectarle mientras estuviese cerrada.

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Una mañana fue al placard en busca de una camisa; estaba apurado. Tiró de la puerta y ésta se resistió. Sorprendido, luchó durante algunos minutos contra el placard que no quería, bajo ninguna circunstancia, dejar que abriera la puerta. Buscó la llave, la encontró dentro del cajón de la mesa de luz, y se fastidió al ver que todavía no lo podía abrir. Un poco más decido, incrustó la llave nuevamente, pasó una cuerda por el ojo y la ató con fuerza. Tiró todo lo que pudo, pero el resultado fue el mismo. La puerta seguía cerrada y él cada vez estaba más enojado.
Entonces tuvo una idea: quitar las bisagras; excelente idea. Buscó un cuchillo plano y pasó los siguientes quince minutos tratando de destornillarlas.
Cuando sacó el último tornillo, la puerta se abrió violentamente. Todo lo que había en el placard se le vino encima. Tanta mala suerte tuvo, que la caja de herramientas, guardada en el estante superior, le cayó en medio de la cabeza.
Estuvo inconsciente al menos una hora. Despertó aturdido, la sangre le brotaba sin parar cubriéndole el ojo izquierdo.
En el hospital le dieron siete puntos.
Al llegar a su casa, lo primero que fue sacar todas las puertas del placard.
El escudo mágico estaba desgastado.

© Alejandro Andrade
Buenos Aires, mayo de 2005