Camino con mi madre por la avenida Boyacá, cuando...
–Tenés los cordones desatados –... me dice.
Le contesto...
–Ya sé, no importa.
Doy dos pasos y sucede: súbitamente me encuentro dentro de un trompo que gira a mil por hora. Fue tan sólo un segundo: ¡Pum! Y el mundo comenzó a girar. Los edificios, los autos, la avenida, los edificios, los autos, la avenida... Todo es un colage de vida y hierro y cemento y colores. Miro sorprendido, fascinado, y no atino a reaccionar. Mas cuando todo se detiene, boquiabierto, me doy cuenta de que mi madre y yo volvemos a caminar por la avenida Boyacá. A mitad de cuadra me dice que tengo los cordones desatados; le respondo que ya sé, que no importa. Doy dos pasos y al intentar dar el tercero, el pie izquierdo queda suspendido a mitad del paso, interrumpido por el otro pie que ha pisado el cordón de la zapatilla. Resbalo y golpeo con el rostro las frías baldosas. Tengo tanta mala suerte que se me rompen tres dientes y la lengua se parte al medio. Sangrando, casi inconsciente, escucho los gritos desesperados de mi madre, lejanos, cada vez más lejanos. Otra vez me encuentro dentro del trompo, girando a mil por hora, transformando las imágenes, los momentos, el mundo en pequeñas manchas borrosas…
… y entonces camino otra vez junto a mi madre por la avenida Boyacá, cuando...
–Tenés los cordones desatados –... me dice.
Le contesto...
–Ya sé, no importa.
Pero esta vez me detengo y me ato los cordones.
© Alejandro Andrade
Buenos Aires, mayo de 2002
(Versión final: septiembre de 2007)