Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo al suicidio,
según declaraciones de familiares.
Julio Cortázar, "Circe"
Nunca imaginé que lo nuestro pudiera terminar de esta forma. Delia, mi vida, ¿qué nos queda de aquel tiempo? Nada, no queda más nada… y ahora nos sobrevive este sentimiento de vacío, la ausencia, que nunca es suficiente. No alcanza para llenar las noches, no me sirve cuando el sol aparece desde el Este. Recuerdos difíciles, todos los son, Delia, pero los míos son terribles. Pienso, analizo, reinvento… y luego trato de entender, mas no encuentro sentido alguno. Examino todo una vez más; sigo sin entender. Necesito una guía, un manual de instrucciones, una musa espiritual... Me pierdo fácilmente en la oscuridad del olvido.
Es que realmente no me queda nada, ¿lo entendés, Delia? El tiempo se ha consumido y sólo queda este recuerdo oscuro, incomprensible; estas líneas de sangre escritas en tinta negra y mis pensamientos que buscan la razón de la llamada de la Muerte. Aquella razón que por fin me haga entender por qué todo irremediablemente termina con lágrimas, con lamentos y tristeza, y aquella alegría que emerge de las miradas traicioneras, de la alegría de los sobrevivientes, y nos deja vacíos y sin respuestas.
Mi amor, la mente es un lugar fascinante, concibo en que no hay otro lugar tan abstracto: tiempo y espacio –pasado, presente y futuro– unidos en un mismo punto; todo en equilibrio, todo perfectamente ordenado. Mas mi mente… la mía se encuentra desconcertada. Trabaja de día, de noche, no hay un segundo de respiro. Todo vuelve en olas de agua y tinta, en marejadas de palabras, y no logro entender nada. Quizá hubiese sido mejor que jamás hubiera abierto esta carta. Este sobre azul imponente es lo último que mi vida necesita, y esas palabras escritas, que resaltan en dureza, hacen crecer esta herida que emerge y marchita el corazón y nubla los pensamientos. Pienso entonces en aquellas palabras. Aquella carta anónima que asomó mi duda.
Esto sucede ahora, Delia, cuando se hace de noche y observo la carta que descansa sobre el escritorio. Cuando los recuerdo me invaden y no me dejan dormir. No le di importancia, no tomé aquellas palabras en cuenta hasta ahora, cuando observo por la ventana las nubes nocturnas, mientras escucho a las lejanas campanadas del reloj. El sobre se ve, por donde lo mires, cautivador; tiene cierta esencia misteriosa que hace pensar que lo que fuera que hay dentro debe ser maravilloso. Un mensaje de paz, de armonía, de realidad… pero su contenido, esas letras escritas a sangre negra, son otra cosa. Duras, despiadadas… Una broma cruel parecía en aquel entonces y era obviamente una advertencia.
Recuerdo cada momento. Me siento junto al escritorio y observo el sobre que me susurra palabras extrañas. Atrapado en este círculo de eventos e imágenes, mi mente vuelve a repasar todos aquellos momentos vividos y es entonces que la carta cambia, muta en una metamorfosis divina, que hace que la habitación bañe sus paredes de oscuridad y que el recuerdo se haga realidad. La carta ya no es más una carta, se ha transformado en un bombón, Delia, tan dulce como mortal. Y aquellas palabras que me destruyen lentamente, son tuyas, tan hermosas como tristes, tan parecidas a la muerte que habías preparado para mí.
Entonces cierro los ojos, sólo por un momento, y cuando vuelvo a abrirlos todo desparece. Vuelven mi cuarto, mi escritorio y también el sobre. Me encuentro perturbado y por un momento no reconozco nada de lo que me rodea. Busco un cigarrillo con dedos temblorosos y mi mirada se posa en la ventana, ya se está haciendo de día. Y entonces, cuando afuera comienza a aclarar, adentro vuelve a oscurecer. Todo lo otro retorna, los recuerdos, las dudas, las preguntas, las palabras y la muerte, y a pesar del extraño momento vivido, ese recuerdo que había vuelto intentando cambiar el pasado a fuerza de máquina de tiempo, sigo buscando la respuesta correcta que deje a mi mente en paz y que me devuelva las noches.
Olvidar es una práctica olvidada, perdida desde tiempos inmemorables. Quisiera poder hacerlo, olvidarme de todo, dejarlo ir, seguir con esta vida que sigue… pero no puedo. Tengo que saber qué te llevó a hacerlo, Delia, por qué todo tuvo que terminar así. Y la encrucijada me destruye, me entierra, ya que no encuentro solución alguna. Sólo esta oscuridad que regresa una y otra vez, algo sucio y siniestro. Quiero olvidarme de todo y descansar, pero sé que no puedo hacerlo, aún no. No hasta saber lo que ocurrió, ni quién pudo escribir estas palabras… Creo que hasta entonces no podré siquiera dormir. Tres noches han pasado y las tres en vela. Desde abajo me llegan sonidos, voces ajenas, risas, ecos de otros tiempos. Observo la ventana, pronto el sol tocará mi ventana, y me siento tan lejos de este día que despierta, de esta ciudad que cada vez me es más diferente... Quiero salir, sin embargo no lo hago. No todavía, aún es temprano y tengo toda la eternidad para estar fuera. Primero necesito encontrar las respuestas adecuadas.
Y entonces, desesperado en esta búsqueda que me acomete, cuando las luces del día entran por mi ventana, en ese mismo instante, caigo adormilado y sueño con días pasados, con voces olvidadas, con momentos felices y tristes, y también sueño con vos, Delia, con mi madre y con la “gente de arriba”. Es un sueño diferente, distinto de esos aquellos sueños oscuros que me han seguido por tanto tiempo. Lo encuentro reconfortante y pacífico, me siento casi en paz. La noche ha vuelto y justamente vuelvo a esa noche. Ahí estoy, sentado en la sala; y ahí estás vos, Delia, en la cocina, saboreando el final próximo. El tiempo se ha detenido eternamente, siento que puedo caminar por la casa en busca de respuestas, pero no lo hago, estoy atado a estas dos imágenes y no puedo dar un sólo paso hacia la oscuridad. Entonces me concentro, observo cada detalle. Mis manos, las suyas, el gato que duerme sobre el sillón, los bombones, tu mirada y la mía, hay algo en tu mirada, mi madre que ríe, faltan dos focos en la lámpara de techo, y vuelvo a tu mirada, voy más allá de ella, y es entonces que todo vuelve a la vida y yo despierto. Despierto con una sonrisa y con lágrimas que surcan mi rostro. Son lágrimas ácidas, sucias y cansadas, las últimas que me quedan y que derramaré por vos. Tomo el sobre con ambas manos, me enjuago los ojos, seco mi piel y le sonrío al sol de la mañana. Todo encaja, todo cierra, todo se concluye… y ya siento el comienzo del olvido. Ha vuelto el día y la noche, termina el duelo, las dudas, la opresión…
Un sobre azul, una advertencia… Estas palabras de muerte sólo podían ser tuyas. Delia, mi vida, mi amor, mi muerte. Quisiste decirme lo que pasaría, ¿verdad? Enseñarme las reglas del juego para que decidiera si todavía quería jugar. Enviaste la carta y dejaste que decidiera tu destino. Sembraste la duda, me quitaste la noche, y yo decidí por los dos. No supe en aquel momento que en este juego se jugaban nuestras vidas; todo pasó tan rápido. Quizá no sabías jugar conmigo, quizá algo en mi mirada y en mis manos te detuvo, no lo sé, nunca lo sabré…
Delia, mi amor, creo que ambos hemos perdido.
Al fin se ha pagado la deuda. Al fin se lavará la sangre…
Tu sangre, mi sangre.
© Alejandro Andrade
Buenos Aires, julio de 2005.
(Versión definitiva: mayo de 2008)