Ha muerto hace poco tiempo y el rigor mortis deforma su rostro en siniestra mueca sonriente.
- Mirá, parece que se estuviera riendo.
- Sí, lo parece.
Han pasado cuatro horas desde su último suspiro y todavía no se acostumbra a la idea de estar muerto. Y es que extraña su cuerpo (¡quién lo hubiera dicho!) y cada una de las funciones de estar vivo: tener que respirar treinta veces por minuto, ¿qué me dicen de la fabulosa necesidad de rascarse?, incluso las idas al baño... sí, extraña todo eso y no sabe si es por verdadera añoranza o por mero acostumbramiento.
- ¿Te pusiste a pensar...?
- ¿Qué?
- Que a lo mejor se está riendo de verdad.
- Hacé tu trabajo y punto.
Flota en forma de energía sobre la camilla donde su antiguo cuerpo está recostado; apenas puede ver el rostro, el resto está cubierto por una sábana blanca. Ahora queda tan sólo ese caparazón vacío, triste y sin vida; pero él todavía recuerda los tiempos en que había estado vivo; buenos tiempos. Ha tenido una buena vida y está contento de haber vivido. Saber eso le basta, también los recuerdos… Acaso lo único que lo apena de la muerte es tener que abandonar su cuerpo. Es por eso que lo siguió hasta la morgue.
- ¿Qué te parece?
- ¿Qué me parece de qué?
- Esa mueca enferma.
- Es el rigor mortis.
- Sí, supongo que es el rigor mortis...
Uno de los forenses quita la sábana. Ahora está muerto, frío y desnudo. Él se ruboriza un poco y piensa que quizás debe irse, seguir adelante de una buena vez, pero algo lo retiene. Será esa mueca en forma de sonrisa, o que se hace realmente difícil abandonar el cuerpo con el que se compartió toda una vida. Como sea, algo le dice que todavía no debe marcharse.
- Vos que estás hace tiempo en esto…
- ¿Ahora qué pasa?
- ¿Siempre es así?
- ¿Así cómo?
- Me refiero a esa sonrisa. Da la sensación de que supiera lo que estamos por hacerle y que se alegrara. Pero por otra parte parece tan frágil...
- No, no siempre es así. En efecto, los muertos adoptan distintas posiciones con el rigor mortis, pero rara vez sonríen. Supongo que nunca viste nada parecido en la escuela de medicina.
- No, nunca. ¿Pero...?
- Pero nada, tenemos trabajo.
El forense más experimentado toma un pequeño, plateado y filoso instrumento y hace un corte en forma de Y sobre el pecho. Entonces él siente esa extraña sensación de venganza para con su cuerpo que aprendería a no sonreírle a la muerte de esa manera. Luego cambia totalmente de parecer y su sensación de triunfo adquiere un tono más lúgubre y atroz, más afín a su estado de muerto. Al fin y al cabo, han compartido la vida durante treinta y siete años; todavía le guarda cariño.
- ¿Y qué? ¿Todo normal?
- Por ahora todo en orden.
- Salvo que está muerto.
- Sí, salvo que está muerto todo en orden.
Ahora es el turno del otro forense, comienza a indagar en el vientre, removiendo grasa, carne y órganos, y sus sentimientos cambian nuevamente. Se siente indignado y un poco enojado, también. ¡Qué profanación! ¿No les basta con que esté muerto, desnudo y sonriendo? ¿Es necesaria tanta crueldad? No es más que un caparazón vacío y sin vida, y lo abren una y otra vez en busca de... ¿de qué? ¿Respuestas? Le gustaría poder dárselas, detener semejante atrocidad de la cual es testigo, pero por su condición de energía flotante no tiene forma de intervenir. Los vivos no le prestan atención a otra cosa que no tenga aspecto humano y esté viva. En cuanto a su cuerpo, no se queja y es que los muertos no hablan. Apenas si sonríen de vez en cuando en la oscuridad.
Horrorizado, observa al forense jugar con lo que alguna vez había sido su vientre y se dice que estará allí hasta el final.
- ¿Y bien?
- Todavía, nada.
- Extraño, juraría que... aunque tal vez...
Ambos forenses posan su atención en la cabeza. Él los observa marcar líneas que circundan la frente y se queda frío porque sabe lo que pasará.
Se acerca al oído de su cuerpo y trata de consolarlo: le dice que sea fuerte, que no tenga miedo, que pronto todo terminará, que las cosas pasan rápidamente, así como pasó su vida, como pasó su muerte. A pesar del poco tiempo que lleva muerto, no logra recordar el momento de su muerte. Recuerda que estaba en su habitación y que su corazón comenzó a latir cada vez más despacio. Luego vino aquella luz y la energía en que se había convertido; sólo eso. Quiere creer que no, que hay algo más, pero no. En un instante estaba vivo y al otro muerto, nada más.
Los forenses ya han abierto la cabeza y observan lo hallado. Una mueca de comprensión aparece en el rostro del más experimentado.
- Sí, al fin. Costó, pero encontramos la causa de la muerte.
- ¿Estás seguro?
- Se nota que recién salís de la escuela. Observá con atención aquella protuberancia, la que está cerca del parietal izquierdo.
- Extraña, no lo dudo, pero no me dice nada.
- Sucede pocas veces, pero en estos tiempos no me sorprende en absoluto. Es un típico caso PCE.
- ¿PCE?
- Sí, PCE, muerte por “Pelea Cuerpo Espíritu”.
- ¿Es eso lo que es? He leído que son casos aislados y nunca creí toparme con ninguno...
- Estoy seguro, es el tercer caso del año. Parece algo sobrenatural ¿verdad?, pero en realidad lo que sucede es muy simple: el cuerpo se desconecta del cerebro. ¿Por qué sucede esto? No hay una explicación médica todavía. Claro, hay algunos charlatanes que dicen barbaridades: como que el cuerpo se desconecta por aburrimiento, cansancio o porque recela de ser un títere del espíritu que lo habita.
- ¡Dios lo prohíba!
- Dios no tiene nada que ver en esto...
El forense experimentado, satisfecho con su investigación, comienza a coser su cuerpo, que vuelve a adquirir su estado natural de muerto. Sigue explicándole pacientemente al novato sobre aquellas extrañas muertes, pero él ya no los escucha. Ha escuchado demasiado y se encuentra pasmado por el asombro. ¿Pelea Cuerpo Espíritu? ¿Desconexión de cerebro? Pero... ¿sería posible que fuera cierto?
Observa el rostro pálido y descubre que la sonrisa se ha ensanchado. Es entonces que le vienen recuerdos de su vida: recuerda la vez que torpemente cayó por las escaleras cuando tenía tres años, cuando casi se ahoga en la pileta de la colonia de vacaciones (¿tenía nueve, diez años? realmente no importa), aquel extraño accidente andando en bicicleta que lo mandó tres semanas al hospital y finalmente el día de su muerte. El acto definitivo. Contempla sus recuerdos y descubre la verdad. Aquel cuerpo que había querido y consolado, lo odiaba desde siempre y más de una vez había intentado acabar con sus vidas sin suerte, hasta que halló el método efectivo.
Asombrado, vuelve a mirar el rostro: ya no hay dudas, aquella sonrisa es una burla. Su forma de hacerle saber que ha logrado aquello que quería. Se han separado, ambos están muertos. Desconexión de cerebro y a otra cosa.
Le dedica una última mirada, la sonrisa sigue ensanchándose, y se maldice por haber sido tan estúpido e ingenuo. Luego abandona la morgue y se pasea por la ciudad durante largas horas. Está muerto, no hay remedio para eso, y necesita algo para hacer con la eternidad que tiene por delante, pero por ahora sólo desea caminar. Ya habrá tiempo para pensar en lo demás.
En cuanto a su cuerpo, no le guarda rencor. Es sabido entre los muertos que muchos son caprichosos y no desean ser títeres. El suyo era así y a pesar de todo aún lo quiere. Algún día pasará por el cementerio a recordar viejos tiempos.
- ¿Te fijaste? Parece que la sonrisa se ensanchó.
- Sí, lo parece.
- Te hace pensar...
© Alejandro Andrade
Buenos Aires, mayo de 2005
(Versión final: noviembre de 2007)
Publicado en Territorio Sur 2007, De los Cuatro Vientos, 2008.