El hombre camina por Gurruchaga hacia Santa Fe. Lleva en una mano un pequeño banco y en la otra, un bolso color canela. Llega a la esquina y se detiene frente a la puerta de la comisaría. Coloca el banco en el suelo, cuidando de que cada pata quede asentada sobre una baldosa diferente, y se sienta mirando hacia la avenida. El oficial de turno lo saluda, “buenos días, señor, ¿todo en orden?”; el hombre responde con un simple y explícito “afirmativo”.
El hombre observa el tránsito, de repente saluda a un colectivero de la línea 39. El colectivero le devuelve el saludo con un bocinazo; un taxista, que conduce a cinco kilómetros por hora por la mano derecha, se siente aludido y lo insulta. El hombre se ríe y se queda mirando el tránsito un par de minutos más.
El hombre abre el bolso y saca un pañuelo que coloca sobre sus piernas; luego saca un pequeño bandoneón. Coloca el bandoneón sobre sus cubiertas piernas y comienza a tocar un tango, aparentemente de Piazzolla. En eso sale el Comisario y lo saluda, “buenos días, señor, ¿anda bien hoy?”, el hombre responde “afirmativo” sin siquiera levantar la mirada. El oficial de turno le comenta al Comisario “qué bien que toca, ¿no?”. No recibe respuesta; el Comisario camina por Santa Fe hacia el kiosco, compra un paquete de cigarrillos, vuelve. El oficial de turno repite su comentario, “qué bien que toca, ¿no?”, “¿cómo dijo Torres?”, “nada, señor”.
Mientras tanto, alrededor del hombre se ha formado un semi círculo de curiosos compuesto por dos o tres jubilados, el florero de mitad de cuadra, un paseador de perros y dos mozos del vecino bar “El Galeón”. Algunos se animan a tararear una letra, pero la mayoría se encuentra en silencio, maravillados con los sonidos que se desprenden del bandoneón. Cuando el hombre termina el tango, todos rompen en aplausos; incluso uno le tira una moneda que aterriza a pocos centímetros de su pierna derecha. El hombre no la recoge; se queda silencioso, observando el ir y venir de los autos, mientras el grupo de curiosos comienza a dispersarse.
El hombre guarda el bandoneón en el bolso, luego dobla el pañuelo y también lo guarda. Se levanta, toma el banco con la mano que le queda libre, y ya está a punto de marcharse cuando el oficial de turno le dice, “qué bien que toca señor”. Como no recibe respuesta, insiste; tampoco recibe respuesta. Algo incómodo, el oficial de turno le dice “¿lo veo mañana, señor?”, a lo que el hombre responde con el ya consabido “afirmativo” para luego comenzar la retirada.
El hombre camina por Gurruchaga hacia Güemes.
© Alejandro Andrade
Buenos Aires, abril del 2009