Perfumes y miradas

A Roma, sos mi máxima inspiración...

1. Pensamientos

Pensemos en un silencio gris. Un momento vacío sin sonido por delante. Pensemos en una estrofa de viento, unas letras de frío, oraciones de nubes que se escapan en el cielo. Pensemos en silencios.
Pensemos en paradas de interminables esperas. En circunstancias remotas. En cigarrillos arrastrados por la brisa del invierno. En asientos, testigos mudos de la espera.
Pensemos en aquellos desiertos. Jardines de arena y calor, que nos observan dar vueltas en círculos. Mozos ambulantes de la vida, reflejan aquellos momentos donde anduvimos sin rumbo. Las falsas ilusiones y un corazón celeste que irradia agua que no se bebe.
Pensemos en silencio, esperas e ilusiones.
Vivamos de momentos.

2. Tristes cielos

Tres cielos delante, sin fronteras. Tres imágenes sin pupilas, sin vueltas, sin ningún compromiso. Tres sonidos explotan, chocan, colapsan y ríen al caer sobre la arena.
Tres cielos se alzan delante, allá a lo lejos, surcando el mar. Y la vista, aquella que toca lo que alcanza, vende ideas que contaminan la imagen.
Es entonces que las veo, tres caras me miran, y yo, tendido sobre la arena, me voy flotando sobre tristes cielos que lloran nubes de tristeza.

3. Dos estrellas

Caen dos estrellas. Conceptos e ideas. Corrientes que flotan, que vierten desde lejanas praderas. Aguas que se secan lentamente donde el cielo deja de ser azul.
Rostros grises las observan caer, nubes negras, risas de dolor, rayos de miedo. Algo cae con ellas, algo se aleja de nuestros ojos y arrastra consigo secretos y conceptos. Arrastra ideas, pensamientos. Viejas poblaciones renacen del silencio y otras desde las ruinas ya planean la muerte.
El oro es macizo, también la tierra. Me gusta el aire. Es libre, es escaso. Mas últimamente siento miedo de volar. Prefiero ir a pie. Prefiero adorar ídolos ajenos. En medio de la confusión, luzco contento en vez de aterrado, mezclándome con la marea en lugar de luchar como corriente propia que vierte desde lejanas praderas.
Se apagan luces. Desde el cielo cayeron dos estrellas.
El mundo se mueve, se expande, se acostumbra al espacio perdido y espera temeroso la caída de otras estrellas.

4. Días del fin de una vida

¿Volviste? ¿Soñaste?
¿Pariste en llamas sobre París? ¿Cubrías tus dedos de aceite, de sangre?
Sólo la corteza de tu vejez trataba de planear el camino derecho al signo impar. Lo demás, el resto de tu cuerpo, untaba las miradas y las imágenes, guardándolas en sobres de madera. Imágenes y visiones, recuerdos...
Cuatro palabras no bastan para llenar cuatro años de la vida, cuatro vueltas en ya ochenta y siete. Demasiados vividos, perdidos y por perder. Demasiado éxtasis contenido y el rostro que hace perdurar la voz...
Te levantaste, tomándome de la mano, y dijiste casi sin decirlo, obligada por el clima y las pasiones externas: ¡A moverse que cuento contigo!
Y sí, buscando tocar el cielo para satisfacer tus manos en las mías, cayó la roca de tus manos traicioneras, y fue el aura del día la que apagó la voz.
Así quedabas desecha y sorprendida, así reías sin saber por qué lo hacías...
Si sólo tu vejez, obligada por pasiones de la vida, caminara derecho hacia el signo impar, hubieras visto entonces cuatro años no perdidos, sino la corteza de tus miedos clavados en la piel de tus dedos.
¿Chocabas dando señas? ¿Volabas sin rostros?
¿Caíste? ¿Perdiste?

5. Noche estival

Aquella tarde, cuando divagaban en un cuarto y una lámpara que los movía, cortando piedra y lluvia, cerraron el hueco que lastimaba al cofre (el techo bordeaba sin escapatoria las torpes puertas de cristal). Se supo que si bien dormían, alguien lloraba a lo lejos y que por instantes se veía la paz de la furia.
De repente se escapó aquel estado de pasión y locura. Ocaso, el oscuro cielo buscaba lluvia sin cansancio. Él separado por cuatro puertas distintas, él éxtasis y miradas de asombro. Y ella, mitad gris de pena, cuando divagaban aquella tarde noche, murió sola y errante.

6. Espacios de viento

Volar tres tiempos con palabras, sentir a veces es mejor que cambiar. Caigo sin nada más que mis manos desnudas, éstas que arrastran cadenas que mueren en vano.
Aquel día terminó el verano y aquel tiempo en que realmente estuve. Así sentí tus deseos y los míos envueltos en silencio, cada abrazo, cada roce de tus dedos extraños, cada estrofa que se perdía entre la multitud.
Las miradas eran rosas y los pétalos ardían de pasiones olvidadas. Las espinas pretendían ser lecciones y la sangre abusaba de mis dedos invictos.
Morir en tu lecho de piedras negras, creer a veces es mejor que llorar. Me despido de tu cuerpo y de tus palabras, digo adiós a tus juegos de espacios y sentidos perversos.
Aquel día tu mirada buscaba la mía y tus brazos golpeaban fuerte y constante en mi espalda. Aquel día estábamos unidos en uno solo. Uno entre tanta gente que respira, uno que nace de los ojos del otro.
Las campanas llaman tristes a los fieles guardianes del templo. El sol apenas era un color en el horizonte y nosotros perdidos en marejadas de sabanas.

© Alejandro Andrade
Buenos Aires, diciembre de 2005
(Versión definitiva)